Abuelo Epifanio Cenobio - Camino de Janito
"Camino de Janito"
English Translation
Cuentos de su nieta Aida
Una de las cualidades más notables del abuelo Janito era su paciencia y su buen carácter. Tenía una mezcla curiosa entre seriedad y sentido del humor; siempre tenía alguna ocurrencia que nos hacía reír.
Era un hombre muy inteligente y diligente. Aunque no tuvo una educación académica avanzada, poseía una mente brillante. Me enseñó matemáticas, me ayudó a aprender las tablas y a dividir, siempre con una paciencia infinita.
En su trabajo era muy dedicado. Se levantaba muy temprano cada día para cumplir con sus responsabilidades. También mostraba la misma diligencia en la iglesia. Era muy sensible al Espíritu, siempre dispuesto a aprender y servir.
Gracias a él, hoy somos miembros de la Iglesia.
Algo que siempre tengo presente es que subrayaba sus escrituras y sus ejemplares de la Liahona con su lápiz bicolor azul y rojo.
Cuentos de su nieta Fabiola
Algo que siempre tengo muy presente de mi abuelito Cenobio es que, hace muchos años, cuando fue el terremoto de 1985, yo recuerdo que estábamos en el Bene y de ahí nos fuimos a la casa de mis abuelos. Mis papás fueron por mí. Recuerdo que estábamos en casa del abuelito Cenobio y de mi abuelita, y justo cuando llegamos empezó otro temblor. Todos comenzamos a gritar y a salir corriendo. Decíamos: “¡Salgan de la casa, salgan de la casa!”.
Había escaleras, porque estábamos en la parte de arriba, y para salir al patio teníamos que bajarlas. En ese momento yo me agarraba del abuelo con todas mis fuerzas. De verdad, con él me sentía segura. Sentía que si me agarraba del abuelo, nada me iba a pasar. Casi lo tiro por las escaleras, porque yo corría como loca, agarrada de él, sin dejarlo caminar. Me aferraba como una garrapata.
Esa experiencia siempre se nos quedó grabada. Mis tíos se acordaban y se burlaban de mí, diciéndome: “Sí, tú pensabas que si te agarrabas del abuelo te ibas a salvar, que nada te iba a pasar”. Y sí, todos decíamos que el abuelo era una persona muy espiritual, muy cercana a Dios. A todos nos gustaba estar cerca de él porque irradiaba mucha paz y espiritualidad.
Él leía sus escrituras todos los días y tenía un montón de lecciones (libros o manuales). En todos subrayaba las partes más importantes con pluma o lápiz. Todas sus lecciones estaban marcadas, leídas y estudiadas. Yo siempre que iba a casa de mis abuelos me gustaba agarrar sus libros y leer lo que él ya había subrayado y estudiado.
El abuelito era muy amoroso, siempre te escuchaba y te daba los mejores consejos. Otra cosa que nunca se me olvida es que jamás faltaba la noche de hogar. Pasara lo que pasara, todos los lunes en la noche se hacía la noche de hogar con él. Era muy espiritual, muy cercano al evangelio.
De hecho, se dice que él fue quien conoció a los misioneros. Iban en un camión y él los vio, le llamó la atención, y se les acercó. Me parece que incluso los invitó a la casa. Fue muy receptivo desde el primer momento.
Mi abuelito era muy espiritual, muy activo en la iglesia. Nunca faltaba los domingos. Siempre estaba ahí, puntual. Si la abuela llegaba tarde, o quien fuera, él no faltaba. Estaba ahí cada domingo.
Tengo recuerdos muy bonitos del abuelito Zenobio. Fue una persona maravillosa, uno de los hombres más espirituales que he conocido, y dejó una gran enseñanza y ejemplo en mí. Siempre lo recuerdo con mucho cariño. Muy paciente con la abuela, muy amoroso. La abuela era un encanto, pero el abuelo, sin duda, tenía una paciencia enorme con ella.
Cuentos de su nieta Rosa
"Los que tienen más historias sobre mi abuelo Cenobio son mi tía Gris y el tío Uriel. Recuerdo especialmente una historia que me contaron, sobre la primera vez que él habló con los misioneros en un camión.
Mi tía Gris recuerda bien los detalles. Estaban en el camión junto con mi abuela, cuando vieron a dos misioneros americanos, muy altos y bien vestidos. Su apariencia y personalidad llamaron mucho la atención de mi abuelo, al punto que dijo que parecían extraterrestres.
Mi abuelo sintió que ellos tenían algo bueno y les preguntó cuánto costaba su libro azul (el Libro de Mormón). Los misioneros le pidieron la dirección de su casa para visitarlos, y él le pidió a mi abuela que por favor los recibiera, porque sentía que traían un mensaje importante."
Desde niño, a él no le gustaba trabajar en el campo como lo hacían sus padres y hermanos. Decidió dejar el pueblo e irse a la Ciudad de México. Al llegar a la ciudad, no tenía zapatos, y los niños en la escuela se burlaban de él.
A pesar de las dificultades, le gustaban mucho los estudios, lo que le permitió llegar a la universidad, donde comenzó a estudiar economía. Sin embargo, no pudo terminar su carrera, ya que tuvo que trabajar para mantener a su familia.
Comenzó a trabajar para el gobierno en el departamento de la Cámara de Comercio. Siempre tuvo un gran amor por aprender y leer.
En 1994, él y mi abuela tuvieron el honor de servir como obreros y misioneros del templo."
Cuentos de su hija Griselda
Mi padre, Epifanio Cenobio Felipe, nació el 25 de enero de 1931 en el municipio de Toteco, Veracruz. Falleció a los 67 años.
Desde muy pequeño, su padre, Antonio Cenobio Pérez, lo llevaba a trabajar al campo. Pasaban días bajo tormentas que duraban meses y bajo el intenso calor del sol. Le tocaba bañar y alimentar a los animales. Él contaba que, por la humedad constante, sus pies se enfermaban con frecuencia y le daban fiebres altas, pero aun así tenía que levantarse a trabajar.
Desde joven supo que esa vida no era para él. Estudió la primaria por las tardes en su pueblo y un día le dijo a su madre, María Celestina Felipe Cruz, que no quería dedicarse siempre al campo. Le prometió que, al terminar la primaria, se iría a la ciudad para estudiar y trabajar.
Así lo hizo. Llegó a la Ciudad de México sin conocer a nadie y se hospedó en la Casa del Agrarista, un lugar donde vivían jóvenes campesinos que llegaban a estudiar, aunque ahí no se les daba comida. Apenas llegó, comenzó a buscar dónde continuar sus estudios y encontró el Instituto Politécnico Nacional, donde cursó la secundaria y una carrera técnica como Contador Público.
Su sueño era terminar la universidad, pero un día vio pasar a una joven de cabello negro, piernas largas y una gran sonrisa. Se interesó en saber quién era hasta que descubrió que ella también vivía en la misma casa, en el área de mujeres. Con el tiempo comenzó a cortejarla. Esa mujer maravillosa se convirtió en mi madre. Se enamoraron, se casaron y formaron una familia con siete hijos.
Aunque no pudo concluir su carrera universitaria por las nuevas responsabilidades, mi padre fue perseverante. Pasó por muchas dificultades como estudiante: a veces no tenía dinero para comer o comprar su material, pero siempre decía que Dios lo ayudaba.
Con esfuerzo logró comprarle a mi madre su primera casa. Fue ahí donde conocieron el Evangelio. Un día, al ver a unos misioneros en el autobús, le dijo a mi madre que si algún día esos hombres llegaban a la casa, los recibiera. Una semana después, los misioneros tocaron la puerta.
Desde entonces, su vida cambió profundamente. Con el tiempo, mi padre se convirtió en un gran hombre de fe. Vivió el Evangelio con todo su corazón y nos dejó un legado de amor, paciencia y ejemplo.
Nunca fue un padre violento. Siempre nos hablaba con calma y nos enseñaba con su ejemplo. Solo lo veíamos los fines de semana, pues salía a trabajar muy temprano y regresaba tarde. Cada noche, al llegar a casa, lo primero que hacía era preguntar a mi madre cómo había estado su día y cómo estábamos cada uno de nosotros.
Hoy puedo decir que tuve los padres que el Padre Celestial sabía que necesitaba. Qué gran bendición fueron en mi vida.
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